La sostenibilidad de la deuda africana, de nuevo, en el punto de mira

Los sucesivos shocks asociados a la pandemia y a la guerra en Ucrania han impactado negativamente en las economías africanas, poniendo de manifiesto, materializando e incluso amplificando importantes debilidades estructurales. El sobreendeudamiento y la inseguridad alimentaria, con sus consecuencias económicas, políticas y sociales, son sus principales señas de identidad.

Durante la pandemia, la economía africana experimentó una contracción del crecimiento debido a la caída de los precios de los productos básicos y de las remesas de los expatriados, así como al desplome del turismo. Los obstáculos a la movilidad de personas y mercancías y la desorganización de los transportes contribuyeron en gran medida a la recesión.

Estas dificultades se vieron agravadas por los efectos de la guerra en Ucrania: las interrupciones en el suministro de cereales, petróleo y fertilizantes, junto con el aumento de los precios de los productos combustibles, perjudicaron la situación financiera de los Estados africanos, especialmente en un contexto de restricción monetaria mundial y apreciación del dólar estadounidense. Por último, las tensiones en torno a las materias primas también provocaron un shock inflacionista, que contribuyó a aumentar la inseguridad alimentaria y el malestar social y político.

 

Debilitamiento de la situación presupuestaria y exterior en todo el continente

Algunas de las principales economías del continente han sufrido un debilitamiento de sus cuentas fiscales y exteriores, lo que pone de manifiesto la debilidad de sus modelos de crecimiento. La dependencia de las importaciones (alimentos, energía, productos intermedios y equipos), la dependencia de una financiación abundante y barata y los bajos ingresos fiscales han contribuido en gran medida a las dificultades. Egipto, Etiopía, Kenia e incluso Ghana -todos ellos ejemplos del dinamismo africano de la última década- se enfrentan ahora a crisis económicas atribuibles en gran medida a la debilidad de sus balanzas fiscales y exteriores.

Las consecuencias de la guerra en Ucrania provocaron un fuerte deterioro de las balanzas por cuenta corriente de la mayoría de las economías africanas, especialmente las dependientes de las importaciones de materias primas. La subida de los precios del petróleo y de los productos agrícolas básicos ha deteriorado sus relaciones comerciales. Los costes de importación también aumentaron debido a la depreciación de muchas monedas africanas. Esta depreciación, combinada con la subida de los tipos de interés, aumentó la carga del servicio de la deuda externa, especialmente la denominada en dólares.

Sólo un puñado de países extractores de materias primas (Angola, Sudáfrica, Argelia, Botsuana, etc.) salieron relativamente mejor parados, beneficiándose de unos precios altos que ayudaron a amortiguar el impacto de los diversos shocks. 

 

Los casos de sobreendeudamiento crecen

Los casos de endeudamiento insostenible o de mayor riesgo de sobreendeudamiento han aumentado en todo el continente, que alberga más de la mitad de los casos de todo el mundo. La crisis ha puesto de relieve la debilidad de los recursos fiscales del continente, que obliga a los países a recurrir a la deuda para financiar el gasto y aumenta el riesgo de sobreendeudamiento. Los ingresos fiscales representaron una media del 16% del PIB en 2020 para las 31 mayores economías africanas, muy por debajo de la media de los países de la OCDE (33,5%) o de América Latina (21,9%). Por otro lado, los ingresos presupuestarios se han visto limitados por la contracción de la actividad provocada por las crisis, mientras que los gobiernos africanos han tenido que desplegar medidas de apoyo que han lastrado sus balances (subvenciones, desgravaciones fiscales).

Además del aumento del endeudamiento, también se ha producido un incremento del coste de la deuda, con tipos de interés al alza en el contexto de la lucha contra la inflación. Este aumento del servicio de la deuda pública externa sigue la tendencia observada en la última década, vinculada al aumento de la cuota de los acreedores privados, que pasó del 29% al 43% entre 2009 y 2019 en el África subsahariana. Los volúmenes de emisión de las naciones africanas aumentaron de forma constante en los mercados internacionales de capitales, donde los tipos de interés son considerablemente más elevados que los aplicados por las organizaciones multilaterales de crédito o los socios oficiales bilaterales.

En consecuencia, la acumulación de una deuda más cara en un entorno económico difícil ha provocado más casos de sobreendeudamiento y ha desencadenado la rebaja de la calificación de la deuda soberana de muchos países, con algunos gobiernos en situación de impago. Mientras que un tercio de los 36 países africanos cubiertos por un estudio de viabilidad de la deuda del FMI ya se consideraba en situación de sobreendeudamiento o en riesgo de estarlo antes de la pandemia, las dos crisis sucesivas elevaron el porcentaje al 100%.

 

Las dificultades económicas agravan los problemas sociales, políticos y de seguridad

Muchas de las economías del continente han experimentado, y seguirán experimentando, una marcada ralentización del crecimiento económico.

Por ejemplo, se prevé que la tasa de crecimiento de Egipto para el ejercicio fiscal 2021-2022, que se estimaba en un 6,6% interanual, se ralentice hasta el 3,5% en el ejercicio fiscal 2022-2023, y se espera que sólo aumente hasta el 4% en 2023-2024, es decir, por debajo de su tasa anterior a la pandemia.

En conjunto, el crecimiento económico de África se situó en el 3,9% en 2022 y podría alcanzar sólo el 3,5% en 2023, lo que debe considerarse frente a la tasa de crecimiento demográfico anual del 2,6% durante el periodo. Por lo tanto, la brecha deja poco margen para el desarrollo del continente, que se suavizó entre 2019 y 2020.

Junto con el choque inflacionista, el endurecimiento de la política económica tiene el riesgo de desencadenar disturbios sociales

Desde 2020 se han observado numerosos ejemplos de agitación social en Liberia, Túnez, Marruecos, Senegal, Sudáfrica y Kenia, entre otros países. El descontento está alentando la agitación política en forma de golpes de Estado, como ha ocurrido en Guinea, Malí, Burkina Faso y Sudán. Esto está proporcionando un terreno fértil no sólo para la acción yihadista en el Sahel, el Cuerno de África y África Occidental, sino también para las rebeliones en países como Camerún, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Etiopía, así como para la delincuencia, especialmente en Nigeria, que está afectando más ampliamente al continente.